18-07-2021
Un pujante polo tecnológico demuestra la eficacia de la sinergia entre lo público y lo privado, apuesta a la industria del software y exporta a mercados de todo el mundo.
POr Carlos M. Reymundo Roberts para La Nación
Esta ciudad vive un estallido. Ni político ni social: tecnológico y económico. Famosa por la belleza de sus paisajes serranos, por la piedra movediza, su legión de tenistas y los salames, Tandil ahora exhibe una nueva credencial: la industria del software, una revolución silenciosa apenas perceptible en los radares y basada en la conjunción de lo público y lo privado.
“Bienvenidos a nuestra Silicon Valley”, bromea un empresario del polo tecnológico, que con más de 50 empresas y una facturación mensual de 6,7 millones de dólares ya es, medido en términos de población, el mayor del país. La ciudad tiene 145.000 habitantes.
El 70% de lo que producen esas empresas se exporta a mercados de todo el mundo. Las pulseras que se usan en los parques de Disney para entrar, ubicarse y llevar las reservas funcionan con un software creado acá por el unicornio Globant.
El sector emplea a 1700 profesionales con un promedio de edad de 25 años, que ganan sueldos de entre 2000 y 2300 dólares. La ciudad puede ser envidiada por eso y también por otro dato llamativo, sobre todo en el contexto actual: el cluster informático demanda todos los meses unos 150 puestos de trabajo.
“Se pierden empleos en toda la provincia, menos en Tandil, donde la industria tecnológica no para de crecer”, dijo semanas atrás Emilio Monzó, expresidente de la Cámara de Diputados de la Nación.
Las tres patas
El “milagro tandileño” es un fenómeno que empezó a gestarse hace unas tres décadas, pero que en el sector de la tecnología informática (IT, en sus siglas en inglés) cobró impulso en los últimos diez años.
La piedra basal, recuerdan aquí, fue puesta por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Unicen, con un campus a 10 minutos del centro que parece propio de una universidad privada), al potenciar sus carreras orientadas a la industria del conocimiento y convocar a empresas a radicarse en la ciudad. El municipio, al frente del cual está desde hace 18 años el radical Miguel Lunghi, abrazó la causa.
En 2006 llegó Globant, que abría así sus primeras oficinas fuera de Buenos Aires. ¿En Tandil, una ciudad chica del interior de la provincia? “Muchos se pueden haber sorprendido –cuenta Martín Migoya, CEO y cofundador de la firma–. Pero Guibert [Englebienne, uno de los cuatro socios fundadores] es de Tandil, y sabíamos que ya se habían instalado algunas empresas de software. Ya estaba gestándose el boom, porque es un mercado de mucha fluidez y creación de valor, un lugar muy interesante”.
La política de atraer inversores del sector y la llegada del unicornio (tecnológicas con una cotización superior a los 1000 millones de dólares) alentó a muchas otras compañías, en su mayoría, pymes. Terminaron constituyendo la Cámara de Empresas del Polo Tecnológico de Tandil (Cepit), que hoy agrupa a unas 50 firmas. Era la tercera pata del trípode sobre el que se asentaría la revolución: universidad, municipio y empresas.
“Ese es el gran secreto: que Cepit, la Unicen y el municipio trabajen juntos, en una cultura colaborativa”, dice Pedro Espondaburu, exsecretario de Innovación de Tandil y profesor de la Unicen, hoy asesor en desarrollo económico para gobiernos locales. “En ningún país exitoso la responsabilidad es solo del Estado o solo de la esfera privada. La fórmula es la gestión mixta”.
La clave de Tandil, su principal activo es la universidad como proveedora de recursos humanos. “Nuestra industria tiene un problema serio, que es encontrar profesionales jóvenes y bien formados, con estudios muy específicos y mentalidad emprendedora. Las empresas de software no competimos por clientes: competimos por talentos. Acá surgen de la Unicen, y entonces la ecuación es sencilla: ahí donde está la oferta formativa, recursos humanos, ahí te establecés”.
Se estima que en la Argentina hay entre 20.000 y 30.000 puestos en el sector del software que no se pueden cubrir por falta de personal con la capacitación adecuada. Una mina de oro sin mineros.
Fue la Unicen la que creó el primer polo tecnológico de la ciudad, hace 30 años, con el objetivo de atraer a firmas del sector. Pero a ese impulso fundacional le siguió una política, sostenida en el tiempo, de permeabilidad a las necesidades de la industria. De hecho, tanto el perfil de las carreras como los contenidos y la creación de diplomaturas, tecnicaturas y posgrados surgen de un fluido intercambio con Cepit e incluso son propuestos por la propia cámara.
Con 8000 alumnos, la mitad de ellos en carreras vinculadas con la producción, en la Unicen se apalanca la vitalidad del ecosistema tecnológico. “La clave es ser flexibles y dinámicos, adaptar nuestra oferta al requerimiento del entorno, al sector privado”, dice Fernando Errandosoro, subsecretario de Extensión de la Facultad de Ciencias Económicas de la universidad y nexo permanente con las empresas del polo informático.
La Unicen tiene sus spin-off: promueve la creación de empresas de tecnología surgidas de sus propios laboratorios de ideas. De esa iniciativa surgieron Uniagrosft (aplicaciones para el sector rural) y Lemansys (eficiencia en la operación de redes eléctricas).