12-06-2023
“El último lechero de Sierras Bayas” se titula la nota sobre la vida del conocido vecino de la localidad, quien no faltó un día a su reparto durante 55 años y sueña con su propio museo.
Por Cindy Damestoy para Infobae.
Víctor Oscar Corridoni, más conocido como Cholo, o Cholito, se ganó el cariño y la admiración de todos sus vecinos de Sierras Bayas. Durante 55 años trabajó como lechero de manera ininterrumpida: jamás faltó ni un solo día, hasta que en 2020 tuvo que bajarse del carro, y le rindieron homenaje por su labor y sus gestos nobles con cada una de las generaciones que vio crecer. Al recibir un reconocimiento dijo que si volviera a nacer, elegiría la misma profesión. Desde su granja, el carismático y leal trabajador le cuenta su historia de vida a Infobae: es padre de cuatro hijos, abuelo de 10 nietos y ocho bisnietos, y asegura que antes de empezar el recorrido dejaba las penas y dolores en la tranquera, y las recogía al regresar, después de llevar alegría a todos sus clientes.
En medio de una tarde lluviosa en pleno campo irrumpe en el paisaje rural un hombre con boina roja y bufanda a juego, suéter beige, pantalón holgado y mocasines. El mate que toma mientras acaricia a uno de sus perros tiene tallado el nombre de su amado pueblo, y su humildad hace que siempre se sorprenda cuando le dicen que lo están buscando para una entrevista. Acepta encantado, y comienza una entrega humana que merece ser contada con la misma calidez que lo caracteriza.
“Tengo la edad del Obelisco”, dice con una sonrisa pícara, para presentarse y aludir a su edad sin decir el número. “A los que no saben de historia los dejo pagando porque tienen que agarrar los libros para hacer la cuenta”, agrega con humor. “Tengo 87 años, y la verdad no me puedo quejar porque sigo montando a caballo, ando bien”, expresa, y pone fin al misterio con otro chiste: “Soy casi un prócer”.
Su memoria está intacta, y los detalles de su infancia los lleva grabados en el recuerdo. Fueron tiempos duros, y aunque podría haberlo invadido el rencor, su atención estaba puesta en sostener el hogar. “Éramos tres hermanos, yo soy el mayor, y cuando tenía 7 años perdimos a nuestro padre”, revela. Su madre vendió lo poco que tenían y se fue a trabajar a Olavarría. “Se llevó a mi hermano, el segundo, porque tenía un problema en la pierna, estaba delicado; y mi hermanito más chico, que tenía nueve meses, y yo, nos quedamos con nuestros abuelos”, explica.
Hizo segundo grado en una escuela rural a la que iba con su hermano y una tía. Al alba iban a pie cruzando los campos, y cuando llovía caminaban al borde de la ruta para llegar. Pasó a tercero, pero pudo ir solo tres meses, porque surgió la posibilidad de empezar a trabajar para ayudar a su familia. Cuando tenía 12 años su madre volvió, y en ese entonces estaba a punto de empezar sus recorridos como aguatero. “Vivíamos en un rancho cerca de unas canteras, y cuando cumplí 13 mi tío Pascual compró un barril y una yegua, y gracias a eso salí a vender agua, como acá en Sierras Bayas no había, y para hacer un pozo te tropezabas con la piedra, el que lograba hacer un pozo era Gardel”, comenta.
Hasta los 15 siguió con los repartos, y luego, poco a poco se fue acercando al mundo de los tambos. “La Municipalidad empezó a hacer llegar el agua con un camión con un tanque, así que dejé el agua y empecé a trabajar con el lechero Don Pedro Lafourcade, como empleado, estuve como caballerizo, porque antes las canteras trabajaban todas con carro, y yo llevaba la cal a la estación”, rememora. Con entusiasmo, narra que pocos meses después llegó la propuesta de sus sueños: “Un señor me ofreció el trabajo de lechero, y me habilitaba porque tenía dos carros, entonces en uno andaba él y en el otro yo, y ahí estuve hasta los 18 años”.
Una foto histórica de los repartos de leche en Sierras Bayas.
Siempre amó los caballos, el trato con la gente, los recorridos por las mismas calles, y no había un día que no le agradeciera a Dios por cumplirle el anhelo de ser lechero. “Una tarde cuando llegó a mi casa mi mamá me dice: ‘Le tenés que avisar al hombre que no podés seguir más con la leche porque tu tío te consiguió trabajo en la fábrica’, y yo lloraba como un niño, y le decía: ‘No, yo no voy’; no quería saber nada de dejar de repartir”, confiesa sobre el giro del destino que no pudo eludir. Aquellos años la fábrica de cemento San Martín -que actualmente se encuentra cerrada- estaba en pleno esplendor, eran muchos los querían ingresar a trabajar en búsqueda de una oportunidad laboral, y por respeto a su familia siguió el consejo de su madre. “Volví a subir al caballo y me fui hasta donde vivía mi patrón para avisarle que ya no iba a seguir”, relata.
Mucho antes de que el Cholito naciera, allá por 1879, el gobierno de la provincia de Buenos Aires había declarado Reserva Minera Fiscal a Sierras Bayas, cuando se abrieron las primeras canteras. Aunque hay registros anteriores de asentamientos en el pueblo minero, debido a que la gran inmigración de 1870 también jugó un rol fundamental: trabajadores italianos empezaron a extraer piedras, primero para uso ornamental y luego fue surgiendo la industria de la cal. El gran salto fue en 1916 cuando la Compañía Argentina de Cemento Portland instaló la primera fábrica. “Llegaron a trabajar 1000 personas ahí, ahora verla sin funcionar, sin las chimeneas con humo, es como ver un monstruo en silencio, porque el pueblo era la fábrica y la fábrica el pueblo”, resume Víctor.
“Una compañera de fierro”
A la mañana siguiente se despertó, cruzó el comedor y en un rincón vio una imagen que asegura se llevará a la tumba. “En un rincón, al lado de una mesa, veo a una joven esbelta, de espaldas, de pelo largo hasta la cintura, tez blanca, que se da vuelta, me mira y le dije: ‘Buenos días’, intercambiamos una sonrisa y estuvimos 48 años juntos”, remata sobre el comienzo de su matrimonio con Elida Esther. “Reconocí al hijo de ella, más los tres que tuvimos, y mi esposa también crió a uno de sus sobrinos, que lo llevaba al jardín, así que éramos cinco, más todos los niños que vi crecer gracias a mi trabajo”, dice con humor.