10-07-2023
Rubén Darío Salías hizo un repaso desde que apareció en el deporte olavarriense a mediados de los ‘80, rescató de la memoria su trayectoria y recordó a Gonza con el corazón en la mano.
Aquella tarde la vida de Rubén Darío Salías quedó atravesada por una herida que no cierra. De esas que -sin tal vez- someten al ser humano al dolor más profundo que pueda existir.
Mucho antes. Poco más de tres décadas antes, un domingo de mediados de los años ochenta el “Vasco” aparecía con el “Tero” Di Carlo en la primera división de Estudiantes para deslumbrar.
“¿Cómo un Salías puede estar jugando con la camiseta de Estudiantes?” se preguntaban en las tribunas todavía pobladas de los campeonatos locales los que desconocían a ese pibe que manejaba los hilos de la mitad de la cancha con la sapiencia de un veterano de cien finales.
“Todo el mundo estaba sorprendido cuando llegué porque el apellido Salías siempre estuvo vinculado con Racing y no entendían a un Salías bataraz. Después tuve la suerte de jugar también en Racing, pero yo no tengo parentesco con los Salías de Racing, ni soy nacido en Olavarría” aclaró en el comienzo de la charla en la oficina del complejo de pádel “Lagartos”.
“Nací en Capital. Yo jugaba en Ferro Carril Oeste, la época de Loma Negra se había terminado y tenía contactos con Olavarría a través del profesor (Jorge) Habberger. Cuando llegué a Estudiantes me encontré con que había un plantel numeroso y la mayoría de los jugadores de Loma Negra habían pasado a Estudiantes” recordó el “Vasco”.
Arrancó en quinta y no tardó en subir al plantel de primera división. Y cuando aparecieron con Di Carlo hicieron mucho ruido en el fútbol local. “Veníamos pidiendo pista y no era fácil. Creo que debutamos en el momento justo para quedarnos en el equipo” marcó.
Fueron un par de décadas vinculado directamente con el fútbol. “Lo que me dio -agradeció- no me lo va a dar nada. Es el deporte que más quiero, el que me enseñó todo y no tengo palabras para agradecer haber estado al lado de futbolistas tan profesional”.
“Las puertas que me abrió y, fue tan importante, que al día de hoy hay un montón de gente que me reconoce por mi paso por el fútbol. Los códigos que da un vestuario después se llevan para toda la vida, para las cosas buenas y las cosas malas” expresó.
El “Vasco” está convencido de que podría haber llegado más lejos. “En mi época no existían los representantes; si hubiesen existido tal vez me habría ido mejor” especuló y recordó que “dentro de mi carrera tuve dos lesiones importantes que me condicionaron y que enseñaron que a los momentos hay que aprovecharlos”.
Se puso unas cuantas camisetas: las de cuatro equipos de la Ciudad. “Después, de afuera, un montón. Con el pase en la mano jugué en Tandil, en Mar del Plata, en Altos Hornos Zapla de Jujuy y me retiré siendo técnico y jugador en Racing cuando me di cuenta de que quería parar la pelota y los más jóvenes me robaban hasta los cordones de los botines. Al retiro lo digerí rápido” aceptó.
Hubo una transición entre el fútbol y el otro deporte que lo ganó hace tres décadas: el pádel. Estuvo en los ingresos del boliche más célebre de Olavarría en la década del ’90 y concesionó la pileta de Racing unos cuantos años.
“El pádel me ganó porque en ese momento era mi salida laboral. Creo que he tenido una conducta para estar 30 años en el rubro, que algo hice bien. Con el correr del tiempo mis hijos fueron creciendo acá adentro, cada vez me fui involucrando más y se me hizo difícil despegarme. Ellos nacieron con la pelotita y la paleta en la mano” confesó.
Primero tuvo “Los Tilos” y lo convirtió en “Lagartos”; después Pádel “El Jardín”, en un deporte que ha funcionado como un electrocardiograma. Estuvo tantas veces arriba como abajo en la aceptación popular.
“El pádel ha subido un montón. Dentro de la desgracia que fue la pandemia, la pasamos muy mal los cancheros, pero tuvimos la suerte de que fue el primer deporte que volvió a la actividad. La gente estaba muy encerrada, necesitaba hacer una actividad y se volvió a volcar al pádel” analizó el “Vasco”.
Adentro de Lagartos se alumbró un crack con proyección internacional: su hijo Gonzalo. Aquella tarde del 5 de junio de 2018 el “Vasco”, Gonzalo y la pequeña Catalina regresaban del Buenos Aires Open cuando una mujer imprudente y novata al volante se cruzó de carril y en el impacto hirió de gravedad a Rubén, dejó con lesiones importantes a la pequeña y arrancó la vida de Gonzalo.
Al “Vasco” esa herida que nunca se cerrará le dejó un dolor inmensamente más grande que todos los traumatismos del accidente que lo pusieron al borde de la muerte por varias semanas.
“Gonzalo tenía muchas condiciones, tenía todo y ya estaba encaminado cuando me pasó el peor momento de mi vida. Es algo que uno nunca imagina que le puede pasar, porque a nadie se le puede cruzar por la cabeza que puede llegar a perder un hijo. Y me pasó a mí” marcó.
“La muerte de Gonzalo me puso de rodillas. Yo pensaba que nada podía ponerme de rodillas, porque me había fundido, me había levantado, había pasado buenas y malas. Tuve millones de problemas. Yo conocía todo y nunca pensé que me podía pasar lo que me pasó. Y mi vida cambió” agregó.
El destino aquella tarde se ensañó con Gonzalo: “Todo el tiempo me hago las mismas preguntas. Ese día en La Rural el torneo se atrasó dos horas porque no estaba la habilitación y siempre digo que si el partido hubiese empezado a horario yo no habría pasado por el lugar del accidente en ese momento”.
“Nos íbamos a quedar en la casa de mi familia, pero Gonza se quiso volver para estar en Olavarría con sus amigos y con su madre. Llegamos al límite de la ruta y no sabíamos si volver por la Ruta 3 o la Ruta 51 y tuvimos que elegir. Así un montón de cosas que me sigo preguntando”.
Durante toda la entrevista el “Vasco” no cambió la posición frente al grabador. Se mantuvo cruzado de brazos, como si quisiera apretar algo contra su pecho y con un brillo en los ojos de esos que terminan siempre soltando lágrimas, pero no se lo permitió. Aun cuando los labios denotaban esos movimientos propios de las emociones más profundas.
“Es algo de lo que uno no se recupera más, un dolor que lleva adentro de por vida y lo único que queda es aprender a convivir con ese dolor. Yo dejé de tener días buenos; tengo días malos y menos malos. Dicen que el tiempo ayuda a olvidar, no es mi caso por el momento” admitió el “Vasco”.
“Hay muchas cosas que no me ayudan a que esto suceda, por ejemplo el pádel. Si yo tuviera un complejo como éste y Gonzalo hubiese trabajado en una fábrica tal vez habría sido de otro modo, pero no. Mi hijo nació, vivió y se crió acá y, cuando lo perdí, a los dos meses tuve que levantarme y volver a abrir las puertas del complejo” memorizó.
“Siempre le digo a todo el mundo que para mí Gonza era todo. Él vivía conmigo, estábamos toda la vida juntos. Hoy lo recuerdo como mi ángel. Si yo hago algo trato de hablarlo con él. Es más, todavía no asumo que cada noche cuando vuelvo a mi casa al abrir la puerta él no va a estar. Lo busco, escucho un ruido y me parece oírlo” reveló.
“Yo no tuve la culpa del accidente, porque el accidente se produjo en mi banquina, pero mi hijo había viajado en avión, en barco, en tren, en micro, en auto. Hizo millones de kilómetros, pero el día del accidente venía conmigo y manejaba yo” planteó el “Vasco”.
Sus palabras sacuden: “La muerte de un hijo siempre es irreparable, pero a veces las condiciones ayudan a ir asimilándola cuando es por alguna enfermedad. Siempre se va a sentir, siempre se va a llorar, pero en esas situaciones llega a un momento que se puede decir ‘no quiero que siga sufriendo’ y la resignación viene de otro modo. Lo mío no. El último recuerdo que tengo es que veníamos hablando en el auto y no lo vi más”.
“Me quedaron cosas pendientes, conversaciones. No me pude despedir de mi hijo. Todo lo que me enteré, me enteré por la gente. Me dicen de la cantidad de gente que había en el velatorio, que le tiraron millones de pelotitas, que le pusieron una paleta y miles de cosas que me voy enterando día tras día” contó.
Reconoció que siempre reprochará a la mujer que provocó el accidente que nunca fue capaz de llamarlo: “Si hubiese sido al revés habría levantado el teléfono para hablar con ella aunque me recontraputee. Pero ella no lo hizo”.
Cada frase de “Vasco” conmueve más que la anterior: “Yo no extrañaba. Me vine de pibe a Olavarría y no extrañaba a mi familia que se había quedado en Buenos Aires; me iba a jugar afuera y no extrañaba Olavarría, Gonza viajaba por el mundo y no lo extrañaba. La muerte de Gonza me enseñó a extrañar. Lo extraño cada segundo”.
El tiempo no se puede volver atrás y por el tiempo el Vasco se cuestiona haberse “privado de verlo en un montón de torneos porque había que trabajar, había que hacer frente a sus gastos. Uno a veces resigna algunas cosas para tener otras y si de algo me arrepiento es de no haber parado la pelota”.
“A veces vivimos la vida tan rápido que no nos damos cuenta de que hay personas que necesitan que nos sentemos un rato con ellos, irnos a pescar con nuestros hijos. Por eso siempre les digo a todos que cuando no estemos no nos vamos a llevar nada de lo que tenemos, sólo los momentos vividos. Esos van a estar siempre en el corazón, lástima que lo tuve que aprender con este golpe” lamentó.
Gonza sigue presente en sus amigos y en sus ex colegas. “Fede” Chingotto ganó el primer torneo en el World Pádel Tour y le dijo al mundo que se lo dedicaba a su amigo.
El “Vasco” tiene las camisetas de todas las figuras del Circuito Profesional que crecieron al lado de Gonza: Fede, Tapia, Dineno, Stupaczuk, Tello. También tiene un abrazo y un beso silencioso cada vez que se reencuentra con ellos.
Gonzalo estará siempre presente en su corazón más fuerte que en ninguna otra parte. En los recuerdos y en las charlas con quienes lo conocieron. “A la vez que es muy lindo que se acuerden de mi hijo de esta manera, es duro y difícil de llevar” narró.
También está en las gigantografías del complejo “Lagartos”, con su carita de pibe mirando una pelotita a punto de ser impactada por la paleta de pádel. En las preguntas de la pequeña Catalina, que ya tiene 14 años, y en las charlas de la pequeña Jana con sus posters.
Jana, la hermanita menor de Gonzalo, nació hace dos años y su nombre significa “regalo del cielo”.
El Vasco está convencido de que su llegada ha sido un regalo de Gonzalo.