17-03-2024
Raúl Moriones, el relato de su vida y su historia vinculada a la formación de jugadores a través de más de medio siglo, que se inició a fines de la década del 50.
Por dónde empezar sería el primer enigma para afrontar una charla con y sobre Raúl Moriones y su vinculación con el fútbol de Olavarría, que aplica más para una enciclopedia que para una nota periodística.
Tuvo, y sigue teniendo, una relación de más de 70 años con la pelota vividos con una intensidad sin parangón. Entonces no queda más remedio que, como diría Perogrullo, empezar por el principio.
Raúl Moriones nació en Olavarría hace más de 80 años; su padre Miguel Pedro era de origen vasco español y madre de apellido Agoutborde, de origen vasco francés.
Como en tantos otros casos de la inmigración, su abuelo paterno Apolinario fue enviado a la Argentina a los 15 años con sus hermanos Salustiano y Ambrosio para evitar que los incorporen a la milicia, en algunas de las guerras afrontadas por España a principios del siglo pasado.
Como juguete exclusivo de su infancia el fútbol se le atravesó en un campo y cuando llegó a Olavarría se hizo hincha de La Flor del Barrio, porque era el equipo que marcha último en la tabla de posiciones.
“Integré la delantera de la primera división de la Flor del Barrio que le quitó el campeonato a Estudiantes en 1962 con un empate 2-2 y se lo sirvió en bandeja a San Martín” contó Raúl y apeló a esos recuerdos tan prístinos para repasar los cinco componentes de aquel ataque: Di Pino, Borzi, Amaya, Avalos y Moriones de wing izquierdo.
Hace una década un ACV perturbó la motricidad de sus piernas y lo confinó en una silla de ruedas, pero nada pudo hacer frente a su memoria prodigiosa. “Sobre la hora estrellé un tiro en el palo que nos hubiese dado el triunfo. Cuatro de los cinco delanteros éramos jugadores de Estudiantes” añadió.
“Era derecho, pero pateaba con las dos piernas. En el año ’57, en un campeonato de divisiones inferiores, hice 7 goles olímpicos lanzando los córners desde un lado y del otro” siguió en esos relatos tan particulares de Raúl siempre llenos de detalles, de fechas, de protagonistas.
Goles que no eran producto de la casualidad: una vez por semana se quedaba después de los entrenamientos con el mítico arquero de Estudiantes “Coco” Cosentino y le tiraba 50 córners desde la derecha y otros tantos desde la izquierda, siempre con pierna cambiada.
Así empezó todo
Por una grave lesión dejó el fútbol como jugador a los 22 años, defendiendo la camiseta Racing. Fue un choque con el defensor de Estudiantes Walter Di Nubila, en un partido de tercera, que le provocó una fractura apenas por encima del tobillo
Eran otros tiempos de las ciencias médicas…
Volvió a apelar a su memoria sin igual y acotó que aquella tarde “en primera Estudiantes y Racing salieron 0 - 0 y dirigió Angel Norberto Coerezza (mundialista en México 70 y Argentina 78). Fue en el año 63, que Racing salió campeón con la famosa delantera Balay, López, Kelleman y Marolla. En ese partido el ‘Potrillo’ Piriz erró el gol en el último minuto, sino era campeón Estudiantes”.
Algunos años antes había comenzado a desempeñarse en un rol que lo convertiría en el máximo emblema de la formación olavarriense: entrenador de divisiones inferiores.
“Ya había dirigido inferiores en 1959. Estudiantes no iba a participar porque no tenía plata para pagar la inscripción. Los chicos me preguntaron si podía armar el equipo y terminamos saliendo subcampeones detrás de Ferro” narró.
Y otra vez aparecieron las citas con precisión de cirujano a formaciones de un pasado remoto, en este caso a aquella primera experiencia con las formativas: Coronel; Ugalde y Trovato; Bonetto, Briscioli y el “Bebe” Moyano; Fittipaldi, Calderón, Volpi, el “Cuico” Sandoval y el “Cholo” Pastor.
Raúl se encargó de las gestiones con la comisión directiva y logró que se hicieran cargo del arancel arbitral. “Nosotros teníamos que conseguir a alguien que nos llevara a jugar a las localidades y conseguimos el camión de Gallina, que vendía fideos. En la Ciudad nos arreglábamos solos” reveló.
Tiempo después nombres ilustres del chairaje (como Venier, Barzia, ‘Monito’ Huber y Bonsignore), lo convencieron para entrenar las divisiones inferiores de Racing, que estaban atravesando por una profunda crisis, sin jugadores y sin elementos.
“Me encontré con una pelota y pinchada en la casa de Oscar Núñez, en la avenida Colón”, describió esa primera imagen después de arreglar los tantos con el presidente de Racing, Octavio Di Salvo.
Fue un lustro donde dio vuelta como una media el fútbol menor chaira. “Vicente Martín llegó a Racing el 1 de agosto de 1967 y yo presenté la renuncia el 31 de julio. Me vinieron a buscar Iturrieta y el ‘Pelado’ Giacomaso y me llevaron a Loma Negra”.
Otra vez empezar casi desde la nada. “Había 15 jugadores para formar cuarta y quinta. Al año siguiente tenía cuarta, quinta, sexta, séptima, octava, novena y décima” comparó.
¿Cómo lo logró? Con la receta que se hizo mito: “Yo hacía periodismo a la mañana en el diario Tribuna y en los ratos libres por la tarde me iba a los potreros. En barrio El Provincial había diez manzanas de potreros, cualquier cantidad de chicos pateando y de ahí sacaba los jugadores”.
Pero no sólo eso. “Un domingo fui a ver un partido de campaña en Pourtalé y vi a un chico rubiecito, flaquito, que jugaba de ‘10’. La ‘Pantera’ Schawb. Con su hermano fueron los primeros que fui a buscar cuando llegué a Estudiantes y Marcelo debutó conmigo a los 15 años en primera. Qué jugador y qué persona Walter Marcelo Schwab”.
El recorrido de Raúl Moriones como entrenador de divisiones inferiores largó con aquel episodio de Estudiantes de 1959; siguió de 1960 a 1967 en Racing; desde el ‘67 al ‘71 en Loma Negra; 6 meses de 1971 en El Fortín para regresar a la Villa Alfredo Fortabat.
Pocas veces dirigió a los mayores. Entre sus recuerdos apareció cuando la Liga lo convocó para asumir como DT de la selección para unos partidos de la Copa Carpi de 1971 con Azul. “Le hicimos 16 goles en tres partidos: 5-0, 6-0 y 5-1”.
En 1975 Carlos Víctor Portarrieu, presidente de Estudiantes, se le apersonó con una oferta irresistible, que incluía la casa donde aún sigue viviendo con Raquel, la mujer de su vida.
“Portarrieu estaba en el directorio de Tribuna y los días que pasaba por la redacción me decía que tenía que entrenar a las inferiores de Estudiantes. Yo no me quería ir de Loma Negra. ¿Dónde iba a estar mejor?” valoró.
Mostró enseguida una de sus tantas medallas en tierras celestes: “Loma Negra llegó al Nacional de 1981 gracias a ‘Jole’ Urrutia, que metió aquel penal en la cancha de Santamarina cuando nadie lo quería patear. Era jugador mío desde los 7 años y era de Racing. Yo me lo llevé a Loma Negra”.
La inundación del ‘80 se llevó todos sus archivos gráficos de la segunda etapa en Estudiantes. A ese ciclo le siguió otro paso por Loma Negra, hasta 1992.
Tuvo un paso de un año y medio por Jorge Newbery de Laprida e hizo debutar a un arquerito de 14 años -Waldemar Méndez-, que terminó siendo figura en el fútbol chileno y luego comentarista en el Canal del Fútbol y en la señal trasandina de Fox Sports.
“Llename las vitrinas de copas”
Llegó a El Fortín convocado por Amadeo Bellingeri y encabezó una de las etapas más gloriosas del fútbol formativo olavarriense: las conquistas del Mundialito de Roca 1998 con triunfos sobre Boca y Gremio de Porto Alegre y dos ediciones del Toritos de Chiclana de Entre Ríos dan testimonio de ello.
“Quiero que me llenes las vitrinas de copas” fue el desafío del “Caudillo” cuando le habló para ir a El Fortín. Y llegaron los trofeos y se formaron los futbolistas que terminaron contribuyendo al dominio fortinense en los campeonatos de primera división de los 90 y los años 2000, con relevantes participaciones en certámenes del Consejo Federal.
“Lamentablemente después de que salimos campeones del Mundialito de Roca me fui a Racing. Nunca tendría que haberme ido de El Fortín y ahí se terminó mi campaña” planteó con nostalgia.
Raúl se había recibido de entrenador en la Escuela de Técnicos de la AFA, con el ilustre José D’Amico como directo y contribuyeron a su formación las enseñanzas que recogió en un corto paso por las inferiores de Huracán cuando iba a ver los entrenamientos del Deportivo Español que dirigía el “Vasco” Angel Zubieta.
“Reconozco que era demasiado estricto con los chicos. Se le saca más provecho a un jugador actuando con seriedad y con disciplina que siendo blando, porque al jugador le das la mano y se agarra hasta el codo y me dio resultado” reflexionó.
“Los padres siempre estuvieron de acuerdo con mis métodos, siempre me apoyaron, cosa que hoy en el fútbol de divisiones inferiores no ocurriría” admitió Raúl.
Identificó sus pasos por Loma Negra como el ideal para llevar adelante el trabajo: “Conseguí todo. Cuando estaba Roberto Iturrieta como técnico de la primera me pagaban un sueldazo. Tenía pelotas colgantes para trabajar la técnica del cabezazo, cajones de arena para trabajar a los arqueros, pesas, vallas, un cerro hermoso para entrenar, el micro para llevar a los planteles y 40 pelotas a mi disposición”.
Para el final dejò un juicio sobre el dilema más polémico del fútbol. ¿El jugador nace o se hace?: “Uno nace para ser jugador de fútbol”.
“Con alguien que no sabe jugar nada de nada se puede hacer algo, enseñarle fundamentos básicos. El verdadero jugador ya nace con condiciones, después hay que ayudarlo y hay que trabajarlo, como cuando nosotros enseñábamos a patear con las dos piernas contra el frontón de la cancha de paleta de Loma Negra o a cabecear con las pelotas colgantes. Yo creo que el fútbol ha perdido mucho por falta de maestros”. Es palabra de Raúl Moriones.
Para el final la pregunta más compleja, que Raúl respondió sin dudar: “¿Qué hubiese sido de mi vida sin la pelota?. Nada… Si naciera de nuevo volvería a ser técnico de fútbol”.
Al punto que por el fútbol conoció a Raquel, la compañera de toda la vida. Su esposa (hizo 51 años el 3 de marzo) y la madre de sus tres hijos.
“Me puse de novio con mi señora en una cancha de Colonia Hinojo. Le pedí un reloj y a raíz de ese reloj hoy estamos acá” contó.