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Espectáculos En la celebración patria, la visita de un prócer

09-07-2024

En la celebración patria, la visita de un prócer

Pasó por Olavarría “Peteco” Carabajal, uno de los máximos exponentes de la música popular argentina. En una exclusiva con Verte contó su historia de vida y todo el recorrido en la música.

Ser hijo del “padre del folclore”, haber respirado música en cada rincón de su casa desde el primer día de vida no le escribió el destino sino hasta bien entrada la juventud a Carlos Oscar Carabajal Correa, “Peteco”.


De pibe soñaba con otros sonidos. No los de la guitarra, la quena, el bombo, el violín. Quería ser como Angel Clemente Rojas, “Rojitas” y escuchar el rugido de “La Bombonera”.


Su familia ha sido sinónimo de música folclórica, aunque no es lo mismo que andar con la guitarra bajo el brazo todo el día. “Eso es un idealismo, nomás. En la casa de mis abuelos paternos, que nosotros tomábamos como nuestra casa, ahí sí los domingos hasta el día de hoy siempre hay música después del almuerzo”.


“La música en mi casa estaba presente, porque estaba mi Viejo. Siempre había una guitarra a mano, yo tocaba la guitarra, mi hermana Graciela también, cantábamos, pero no era que lo hiciéramos para mantener una tradición familiar” dijo.


Hoy, al filo de los 70 años, el hombre que ayer coronó en el CEMO la fiesta de los olavarrienses con motivo del “Día de la Independencia” es uno de los más grandes próceres contemporáneos del folclore argentino.


Su repertorio ha sido interpretado por Mercedes Sosa, Jacinto Piedra, Verónica Condomí, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Los Cantores de Quilla Huasi, Horacio Guarany, Soledad, Los Tucu Tucu, Teresa Parodi, entre otros.


Participó en dos discos junto a la “Negra” Sosa, con quien realizó giras como invitado por Alemania, Austria, Bélgica, Holanda y Suiza, por tres años.


En 1990, con “Santiagueños”, logró el premio Consagración en el Festival de folklore de Cosquín. Cinco años más tarde fue reconocido con el Premio Konex de Platino como el Mejor Compositor de Folklore de la década y en 2005 ganó el Premio Konex-Diploma al Mérito, como uno de los cinco mejores compositores de la década, galardón que volvió a obtener en 2015.


De su inspiración salieron canciones que han atravesado todas las generaciones: “Como pájaros en el aire” (conocida también como “Las manos de mi madre”), “Mi abuela bailó la zamba”, “Viejas promesas”, “Perfume de carnaval” o “La estrella azul”, un poema autobiográfico llevado a la canción en el que le puso letra a sus sentimientos luego de que lo separaran de su hijo Juan cuando éste tenía apenas 5 meses.


Ser Carabajal, dijo, no le marcó el destino en un primer momento: “Parece que sí, pero yo no lo asumí de este modo. Incluso en toda mi infancia y adolescencia trataba de estar alejado, porque no me gustaba todo lo que yo vivía cada vez que me tocaba ir con mi Viejo a alguna peña, sobre todo en Buenos Aires”.


“Iba con mi Vieja y me pegaba unas aburridas bárbaras. Lo único que yo quería era volver a mi barrio con mis amigos, jugar a la pelota, ir a bailar, pero yo iba aprendiendo la guitarra, me gustaba mucho tocar. Lo que no pensaba era adoptarlo como una forma de vida y menos de profesión”, reconoció “Peteco”, a pocas horas de presentarse en Olavarría.


“Hasta una cierta edad soñaba con jugar al fútbol y después empecé a trabajar en distintas cosas, oficios que eran muy comunes para chicos de 14 años: fui albañil, trabajé en un taller de chapa y pintura, en una tornería, en una zapatería hasta que conseguí un trabajo como encuadernador de libros” reveló.


“Ese me duró bastante porque me gustaba el contacto con los libros, si se quiere artesanal y después sin buscarlo llegué al folclore” contó.


Fue al cabo de una frustración: “Una noche salimos a bailar con mi primo Roberto y con un amigo en la zona de Ramos Mejía y resultó un fracaso. No entramos a ningún boliche y anduvimos dando vueltas como hasta la 4 de la mañana”.


“Cuando nos volvíamos escuchamos bombos y guitarras saliendo de un local. Entramos y era una peña que había terminado y se había armado una guitarreada en las mesas”, narró “Peteco”.


“El destino quiso que esa noche estuviera una persona que me conocía, el hermano de Leo Dan y yo había estado una vez en la casa de Leo Dan con mi papá” completó esa parte del relato.


La cuestión es que esa noche que parecía como una más entre tantas noches perdidas de la juventud “Peteco” recibió una guitarra de manos del hermano de Leo Dan, hizo algunos temas con su primo Roberto y le dio una vuelta de tuerca a su destino.


“Cantamos y el dueño de la peña vino a hablar conmigo para decirme que le había gustado y nos propuso cantar ahí. En principio me negué, porque no éramos un dúo que andábamos buscando trabajo y el tipo insistió tanto que a la semana siguiente empezamos a cantar. Y ya no me volví más” bromeó.


Eso fue en a fines de 1973, cuando aún lo seguían deslumbrando Angel Clemente Rojas y dos paisanos como el “Chango” Cárdenas de Racing y el “Chango” o el “Loco” Gramajo de Rosario Central.


“Ahí conocimos a ‘Shalo’ Leguizamón y armamos ‘Santiago trío’, que fue el primer grupo que integré y con ellos llegamos a la Capital, cruzamos la General Paz porque hasta ahí andábamos por Morón o Ramos Mejía a lo sumo” marcó.


Fue el enorme armonicista Hugo Díaz quien lo llevó a grabar el primer disco en 1974, pero el trío se disolvió con la partida de ‘Shalo’ Leguizamón a los Huanca Hua.


“Anduvimos varios meses penando por no tener trabajo, no tener plata ni para pagar un boleto de colectivo. Los Carabajal se habían ido a una gira por Europa, cuando volvieron los dos integrantes que no eran de la familia dejaron el conjunto y nos hablaron a Roberto y a mí”.
Corría el año 1976. Por los siguientes diez años “Peteco” estuvo con “Los Carabajal” y ahí, admitió, se afianzó para siempre su dedicación a la música.


“Prefería no tener para comer, a tentarme con hacer otra cosa. Me ayudó mucha gente -valoró- y tengo un reconocimiento eterno para tanta gente amiga que me dio un plato de comida, que me dio una cama, un lugar para bañarme porque cuando empecé yo estaba muy solo en Buenos Aires”.


La composición no estuvo siempre presente en su vida. “Es más, yo creo que la cosa se fortaleció porque yo nunca busqué componer lo que está de moda para lucimiento personal. Yo me las aguanté, cuando me salía una melodía antes de entusiasmarme decía ‘no, no, esto no va, no sale de lo común’ y la dejaba. Hasta que un día saqué una melodía y a mi papá le gustó. Le puso una letra y fue ‘Mi abuela bailó la zamba’. O sea que la primera composición que hice fue con mi papá” confesó.


Fue un plan inicial de trabajo: “Peteco” componía, lo hacía escuchar a su padre y según su opinión seguía, rectificaba o buscaba otra cosa. “Y me acostumbré a hacer cuando hay que hacer nomás. A no tener temas por tener, a no estar probando si la pego” expresó.

 

Siempre, como dijo alguien, la inspiración lo encontró trabajando. No sentado horas y horas frente a una hoja en blanco, sino alerta y capacitado para cuando apareciera la musa inspiradora.


Así sucedió con uno de los himnos del folclore argentino. “El trabajo es estar preparado. Es como el futbolista que se entrena todo el día para que llegado el momento le cae un centro cruzado, la calza de volea y la clava en el ángulo” comparó, sacando una vez más a relucir su pasión futbolera.


“Las manos de mi madre” fue y se le presentó de madrugada: “Hace unos días me preguntaban cómo se me ocurrió ‘lo cotidiano se vuelve mágico’ y dije que ese día yo llegué a la casa de una prima, donde estaba parando. Dormía en el sofá del living y me sentía medio mal, extrañaba, eran las 4 de la mañana, estaba solo y me puse a tocar la guitarra”.


“Empecé a pensar en mi vieja, en mis tías, en mi abuela, en cómo es un domingo en Santiago, en la música, en la alegría y en un momento pensando me di cuenta de todo eso que era cotidiano y que lo cotidiano se vuelve mágico. Y ahí está” planteó “Peteco” y soltó la carcajada.


“La estrella azul” es otra de sus grandes obras y hace mención a un hijo que no está presente: “Más que a mi hijo esa canción habla del sentido de pérdida. Es como la canción del unicornio. Uno quiere su unicornio, no quieren que le regalen otro o que le compren uno nuevo. Uno quiere eso que ha perdido; puede ser una persona, un amor, algo material”.


“La estrella azul es una cosa que a mí viene de chico, de cuando poníamos los catres en el patio y dormíamos allá en La Banda, en la casa de mis abuelos y me daba un poco de tristeza esas estrellas tan lejanas, que parecen que uno puede tocar. Sin embargo están lejos, indiferentes, a miles de años luz y nos hacen sentir tanto” reflexionó.
 

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