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28-05-2025

La FIO dice presente en el continente antártico

El Ing. Facundo Cordero es el primer graduado de la Facultad y UNICEN en el territorio blanco. “Es una aventura más de todas las que quiero tener en la vida”, sostuvo.

 

Facundo Cordero es ingeniero en Agrimensura y se ocupó de monitorear sistemas satelitales en la Campaña Antártica de Verano 2024/2025.

 

Especializado en sistemas de posicionamiento satelital, ese fue el pasaporte a la expedición científica 2025 del Instituto Antártico Argentino (IAA) en colaboración con la Dirección Nacional del Antártico (DNA) y el Comando Conjunto Antártico (COCOANTAR) que lo ubicó como el primer graduado de la FIO, y de la UNICEN, en pisar el continente blanco.

 

“¿Qué fue lo más alucinante? Ir en helicóptero hasta la base Belgrano, volando 14 kilómetros sobre el hielo, viendo grietas impresionantes que tienen cientos de metros de profundidad. Eso fue increíble”, contó Facundo Cordero, recién llegado de la Antártida.

 

Se autodefine aventurero por naturaleza y el ARA “Almirante Irizar” es el mejor ejemplo. En ese rompehielos que ofició de buque hospital durante la Guerra de Malvinas vivió casi 5 meses rodeado de glaciares, témpanos, ballenas y olas de hasta 10 metros imposibles de imaginar. Atraído por la geografía más extrema del planeta, su misión fue tomar registros clave para el desarrollo científico argentino e internacional.

 

“Las estaciones en Esperanza, en Orcadas y Marambio pertenecen a nuestro país, generan datos que se utilizan para posicionamiento satelital de alta precisión, tener correcciones en tiempo real, hacer estudios científicos en casos de sismos, calcular para modelo topográfico, definir aplicaciones”, detalló el Ing. Cordero.

 

Un sismólogo clave

 

El Ing. Facundo Cordero es inquieto, curioso y dispuesto a romper moldes, ya desde antes de recibirse. “Todo lo que aprendí en la FIO se fue potenciando y en el Instituto Geográfico Nacional (IGN), donde trabajé. Ahí me aportaron herramientas para desenvolverme con naturalidad. Entonces, decidí ir a la Antártida a poner en práctica todo eso, como soporte técnico a las estaciones satelitales para el posicionamiento de alta precisión”, destacó.

 

Integra el grupo Geodesia Itinerante del Instituto Antártico Argentino (IAA) y su función fue brindar apoyo a los equipos GNSS operativos en las bases, inspeccionando datos de valor científico con información determinante para investigaciones presentes y futuras.

 

 

“Tuvimos que revisar íntegramente el sistema, desde la estabilidad y la corrosión hasta la calidad y el estado de las conexiones. Control y relevamiento”, precisó el joven de 30 años que se hizo amigo de Milton Plascencia, un sismólogo peruano que trabaja en el Instituto Italiano de Sismología y viaja a la Antártida desde hace 20 años. Él le facilitó las herramientas de medición que no tenía.

 

De día, 24x7

 

“No se puede caminar en ese lugar. Hay grietas con cientos de metros de profundidad. El barco puede romper hielo hasta un espesor de unos dos metros. Los témpanos tienen 40 metros de altura y a veces sólo se accede a una base en helicóptero. En el barco hay controladores aéreos que indican por dónde ir, cómo salir, la velocidad, la altura. Está todo milimétricamente calculado”, aseguró Facundo.

 

La “pista de aterrizaje” es una zona de hielo donde el helicóptero apoya tres ruedas y una queda suspendida en el aire. “Pisás hielo duro como piedra; muchos se resbalaban y caían”, describió, a la distancia.

 

Llegó a convivir con 300 tripulantes a bordo del Irizar, en su mayoría de Argentina pero también de Uruguay, Brasil, Perú, Estados Unidos e India. Inicialmente estuvo en uno de los mejores camarotes, donde “están el comandante y los jerarcas. Era para dos personas y mi compañero se bajó en base de Petrel. Tenía baño privado y en los ratos libres nos reuníamos con amigos a mirar películas o jugar a las cartas”, comentó.

 

Transitó su verano refugiado en trajes de extremo frío. El agua fue otra prueba de adaptación: “se destila en el mismo barco, le sacan sal y agregan minerales pero no nos terminaba de hidratar. Así que cuando volví no paraba de tomar agua”. Tuvo varias gripes y un par de virus, inevitables en un barco superpoblado de gentes.

 

Un viaje que lo ubicó más allá del tiempo y de las latitudes, en medio de la nada. Un rincón terrestre con períodos de luz y oscuridad extremos. “Ahora es de noche durante 4 meses y hasta se pueden ver auroras polares. Cuando estuve yo, era de día las 24 horas. En la base, teníamos una habitación con ventana sin cortinas. Abrías los ojos a las 3 de la mañana y había un sol que rajaba la tierra”, dice ahora, entre risas, tras admitir que esa claridad 24x7 descalabró su sueño.

 

 

Un surco entre témpanos

 

Ir a la Antártida fue una experiencia única, con aprendizajes académicos, profesionales y de vida. “Me capacité muchísimo con las estaciones sismográficas que son muy similares a las estaciones GNSS. Nos entendíamos con el investigador peruano, éramos más o menos del mismo palo”, dijo con entusiasmo. Al mismo tiempo, “conocí muchas y buenas personas. La gente de las fuerzas armadas y navales son increíbles”.

 

Sin dudas, “es una aventura más de todas las que quiero tener en la vida”, reconoció, sin darse pausas. Esto, puntualmente, estaba pendiente desde 2022 cuando se lo propusieron por primera vez y por circunstancias de la vida dijo que no.

 

En su mente quedarán grabados momentos irrepetibles. El brindis navideño arriba de un rompehielos; ducharse en modo coctelera, al ritmo de crestas de agua que alcanzan los 10 metros; caminar entre pingüinos como si fueran mascotas o toparse con una pared de hielo imposible de abordar con una sola mirada.

 

La Antártida fue adrenalina, aprendizaje y un desafío capaz de resignificar cada uno de sus sentidos. Descubrió, por ejemplo, el sonido del hielo cada vez que el Irizar abría surcos en medio de aguas congeladas. “No da miedo… Si estás afuera es un sonido raro, que no asusta. El corte es perfecto. Si estás abajo se escucha un sonido sordo. Es rarísimo ver cascotes de hielo inmensos rompiéndose. Hay muchísimos glaciares y desprendimientos todos los días que se escuchan como truenos, con una altura impresionante, dos o tres veces este edificio. Después estaba lleno, altos, largos, dados vuelta”, expresó mientras revivía la expedición.

 

La FIO, en órbita polar

 

El balance en términos de la Facultad de Ingeniería y de la UNICEN es insuperable. “Era una aventura enorme. Sabía que tenía que hacer las cosas bien. Llevaba a la Facu y al Instituto Antártico en la espalda. Los estaba representando y tenía que hacer la mejor de mis versiones. Siento que lo logré. Es otra escala”.

 

 

Extrañó, sí. Su cama, su ducha, el agua, la noche, estar en tierra firme. “La primera etapa consumí bastante Dramamine” para contrarrestar los mareos. Era la primera vez que se subía a un barco y cruzar el mar de Drake fue complicado. “Dormías moviéndote. Las camas no tienen barandas. En el Mar de Weddell, íbamos aguas abiertas y estaba picado, nos fuimos a dormir y se movió tanto esa noche que un amigo salió despedido y se pegó un golpe bárbaro, cayó de 1,80 metros al suelo”.

 

Ya está invitado para la campaña 2026, pero es complejo volver a poner en pausa todo durante 5 meses. “Estoy disfrutando la carrera, la parte independiente. Me encanta. Quiero viajar para trabajar o trabajar viajando y la agrimensura te pone con una medición ahí o de repente es ir a medir equipos en la Antártida”. Admitió que esta misión dejó la vara demasiado alta: “Ya no sé qué más puedo pedir. ¿Ir a poner un sistema satelital en Marte?”, disparó, soltando la risa.

 

Su aspiración es potenciar las huellas de la FIO en la Antártida. “Allá se necesitan muchos ingenieros. Los de Electromecánica son muy útiles y a Agrimensura nos pega de lleno el sistema de posicionamiento satelital”, señaló, convencido de que es posible tender puentes y firmar acuerdos institucionales.

 

Recorrió seis bases científicas brindando soporte técnico en sistemas GNSS y dejó en alto el nombre de la Facultad de Ingeniería, consolidando vínculos para futuras colaboraciones institucionales. “No hay límites y no dejan de pasar cosas espectaculares”, comenta sobre el final, seguro de que la FIO deja huellas en diferentes puntos del planeta y ahora, también en la Antártida. (FIO)
 

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