25-08-2025
El crecimiento sostenido de la población se observa desde la década de 1980 y ya se avistan ejemplares en zonas donde antes no llegaban, como Necochea, Mar del Plata y la costa de Uruguay.
La cada vez más habitual presencia de la ballena franca austral en costas bonaerenses no es más que la confirmación de la recuperación de la especie, luego de haber estado al borde de la extinción por responsabilidad exclusiva de la avaricia del ser humano.
En estos días se supo que la población de ballenas francas australes en la Península Valdés, Chubut, alcanzó un nuevo récord histórico con 2.110 ejemplares censados, entre ellos 82 crías, superando los registros de 2018.
Así lo confirmó el biólogo marino e investigador del Cesimar-Cenpat, Mariano Coscarella, quien explicó que este crecimiento sostenido se observa desde la década de 1980 y que incluso ya se avistan ejemplares en zonas donde antes no llegaban, como Necochea, Mar del Plata y la costa de Uruguay.
“La población viene creciendo sostenidamente desde la década de 1980. En los 2000 crecía muy rápido, en la década del 2010 se ralentizó un poco, pero siguió creciendo. Eso explica por qué cada vez aparecen más ballenas en lugares donde antes no estaban”, señaló Coscarella.
El investigador destacó que los censos son posibles gracias al financiamiento de los operadores turísticos de Puerto Pirámides, interesados tanto en la conservación como en el conocimiento de estos animales.
“Ellos financian todos los años este tipo de relevamientos porque necesitan saber dónde están las ballenas y cuántas hay cada temporada”, explicó.
El turismo de avistaje se ha convertido en uno de los motores económicos de la región. La temporada se extiende desde mayo hasta diciembre, con un pico entre agosto y septiembre.
“En lugares como El Doradillo se pueden ver a metros de la playa. También se realizan excursiones embarcadas, donde los guías tienen mucha experiencia y saben cómo manejarse con respeto hacia los animales”, precisó Coscarella.
Cada temporada, miles de visitantes llegan a Chubut atraídos por este espectáculo natural. El contacto cercano, pero responsable, con las ballenas no sólo genera un impacto positivo en la economía local, sino que también fortalece la conciencia sobre la necesidad de protegerlas.
Las ballenas francas australes llegan a las aguas de Chubut por la tranquilidad y la protección que ofrecen los golfos de la región. “Hemos demostrado que las zonas con menor energía de olas son las preferidas. Vienen a reproducirse y parir porque encuentran un hábitat seguro para sus crías”, detalló el especialista.
Además, cada año nacen ejemplares muy particulares: “Aproximadamente el 5% de los ballenatos son blancos. Este año contamos alrededor de 15. Con el tiempo su piel se va tornando gris, pero son un atractivo especial para quienes los avistan”, afirmó.
Más allá de su atractivo turístico, los investigadores recuerdan que las ballenas cumplen un papel fundamental en el equilibrio de los océanos. Se las considera “ingenieras del ecosistema marino” por su capacidad de favorecer la productividad biológica.
Cuando se alimentan en aguas frías y profundas y luego migran hacia aguas cálidas para reproducirse, las ballenas transportan nutrientes esenciales. Sus desechos, ricos en hierro y nitrógeno, fertilizan la superficie marina, lo que estimula el crecimiento del fitoplancton.
Estos microorganismos no sólo constituyen la base de la cadena alimentaria oceánica, sino que además absorben enormes cantidades de dióxido de carbono, contribuyendo a mitigar el cambio climático.
Se estima que a lo largo de su vida una ballena puede capturar el equivalente a miles de toneladas de CO₂, almacenándolo en su cuerpo. Al morir, esos nutrientes y carbono quedan depositados en el fondo marino, donde permanecen durante siglos. Por eso, la recuperación de poblaciones como la de la ballena franca austral tiene un impacto directo en la lucha contra el calentamiento global.
La ballena franca austral estuvo al borde de la extinción debido a la caza comercial intensiva que se extendió entre los siglos XVIII y XX. Se la llamaba “franca” porque era considerada la especie “correcta” para cazar: nadaba lentamente, flotaba al morir y tenía una gran cantidad de grasa.
En la década de 1970 apenas se registraban unos pocos cientos de ejemplares en la región. La prohibición internacional de la caza y las políticas de conservación permitieron una recuperación paulatina, que hoy se refleja en cifras récord como las alcanzadas en Península Valdés.