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Información General “No podría soportar que mis viejos terminen en la cárcel”

29-09-2019

“No podría soportar que mis viejos terminen en la cárcel”

Ignacio Montoya Carlotto dio una entrevista en la que confesó el temor más profundo, "por mi historia", acerca de sus padres de crianza Juana y Clemente. "Como que antes era más feliz" contó.

 

En una entrevista íntima que publica Infobae, Ignacio Montoya Carlotto, el nieto recuperado más famoso de Argentina contó, cinco años después del acontecimiento, cuáles son sus temores y la transformación que experimentó tras conocer la verdad.

 

Hasta los 36 había sido Ignacio Hurban, hijo único de Juana Rodríguez y Clemente Hurban. Era un pianista y docente del interior, reconocido por un círculo chico formado por otros músicos de folklore y jazz. Pero entonces descubrió que era hijo de Laura Carlotto y Walmir Puño Montoya, dos militantes políticos del peronismo secuestrados en 1977 y asesinados, en distintas secuencias, por la dictadura cívico militar. Ignacio se convirtió en el nieto 114 en ser encontrado.

 

Estos son algunos tramos de la nota del periodista Juan Manuel Mannarino.

 

La vida del nieto de Estela de Carlotto no es tan sólo un compendio de emociones lindas y positivas. Más bien, lo contrario: su historia es una compleja trama de tensiones, crisis y experiencias que trascienden la enorme alegría social que significó la noticia de su aparición pública.

 

El pianista contó que ha pasado un año difícil. Su cuerpo está continuamente enfermo. Que todo empezó con puntadas en el estómago. Reflujos, acidez, diarrea. Después gripe, anginas, gastroenteritis. Varias veces amaneció con un hilo de voz, casi sin poder hablar. Tuvo cefaleas y hasta infección en la uña de una mano. Contracturas en el cuello, en la espalda. Días tirado en la cama, inmóvil.

 

Pero también vivió instantes de asombro. Una de las sorpresas más gratas la tuvo cuando hace poco recibió un audio de WhatsApp de un número desconocido. “Ignacio, demasiadas cosas te hicimos los argentinos como para no darte un premio mínimo, mínimo…. ¡que es estar al lado mío!”, decía la voz. Pensó que se trataba de una broma. Incrédulo, volvió a escuchar. La voz era, en efecto, de Diego Maradona.

 

“De todos los que me contactaron en estos años era al que más secretamente esperaba”, dice Ignacio Montoya Carlotto desde su casa de Loma Negra, un pueblo de 3.500 personas a 400 kilómetros de Buenos Aires.

 

-Me invitó a visitarlo. Así, de la nada. Fue loquísimo, nunca antes habíamos hablado. Una sorpresa total. ¡Es el 10! Ya está. Creo que con esto me retiro, ja.

 

-¿Qué soñás? ¿Cuáles son esas sensaciones?

 

-De miedo.

 

En junio de 2014 tuvo su primera sesión psicoanalítica. Al poco tiempo, y de forma paralela, empezó una terapia alternativa con Valentín Reiners, guitarrista con el cual forma un dúo.

 

-Valentín es uno de mis mejores amigos y me hace sanación pránica. Es una terapia oriental. Ojo, hay que estar preparado porque después te mata. Quedás desencajado. Pienso que en los últimos años viví como dos vidas. No sé… como que antes era más feliz.

 

El 2 de junio de 2019, Ignacio cumplió 41 años. Sus amigos lo llaman Pacho. Pero para los que no lo conocen no es Ignacio ni Pacho. Es Guido.

 

Alguien que se había criado en la vida bucólica, acostumbrado a una rutina silenciosa y solitaria, de caminatas en calles de tierra, siestas y asados con amigos. Alguien que había sido educado por dos puesteros rurales católicos en Colonia San Miguel, una comunidad de inmigrantes alemanes a 24 kilómetros de Olavarría. Ya de chico lo llevaban a bailes que se hacían en clubes de campo, con bandas de música en vivo, y poco tiempo después lo empezaron a mandar a clases de piano. Aquellos bailes eran una de las pocas salidas que hacían en familia.

 

Juana y Clemente cuidaban a tiempo completo la estancia “Los Aguilares”, propiedad de Carlos Francisco Pancho Aguilar, un terrateniente de la zona que criaba ganado y caballos, presidente de la Sociedad Rural de Olavarría que, en 2007, llegó a ser candidato a segundo concejal en la lista de Unión-PRO, alineado al presidente Mauricio Macri.

 

La causa judicial que actualmente investiga la apropiación ilícita de Ignacio Montoya Carlotto involucra a Clemente Hurban y Juana Rodríguez -quienes lo inscribieron como hijo biológico el mismo día de su nacimiento y le pusieron el apellido Hurban- y al médico policial Julio Sacher, acusado de manipular el acta. La única querellante es su abuela materna, Estela Barnes de Carlotto. Juana y Clemente están acusados de “falsedad ideológica” y “alteración del estado civil de un menor” y podrían ir a prisión por delitos de lesa humanidad. El procesamiento está firme y se espera el juicio oral.

 

-Mis viejos me ocultaron que fui adoptado pero les creo que no sabían nada más, siempre fueron sumisos con el patrón para el que trabajaron 50 años.

 

-Al principio acepté que me llamaran Guido porque creí que iba a sumar -dice y se echa hacia atrás en un sillón-. Pero estaba haciéndoles un favor a los demás, quería quedar bien con todos. Fue un error. Y me di cuenta de que la carga simbólica del nombre Guido tapaba a Ignacio. ¿Sabés qué? Muy poco después del llamado de mi tía Claudia Carlotto y de todo lo que me pasó, abrí un documento de Word en mi tablet y escribí Ignacio Montoya Carlotto. Y jamás lo borré.

 

-Es increíble que la gente me siga llamando Guido. Yo no siento que haya recuperado mi identidad. En tal caso, se me completó el cuadro identitario. Antes de aparecer como el nieto de Estela tenía una vida de 36 años. Eso no había sido una mentira. Supongo que cada nieto tiene su propia historia, hay quienes vivieron en un círculo de horror. Creo que el nombre es una construcción, mientras que el apellido es una herencia. Y yo me cambié el apellido, pero la gente sigue viendo lo que quiere ver.

 

Hace un largo silencio.

 

-Que mis viejos Juana y Clemente puedan terminar en la cárcel por mi historia… es algo que no podría soportar. Todo un buffete de abogados sigue la causa judicial, a mí me estresa. Ellos viven cerquita de casa, tienen una hermosa relación con nosotros y con mi hija.

 

En una repisa, al fondo del estudio, hay dos cuadros pequeños con cuatro fotos de Laura Carlotto, de pie, sonriente, y una sola de Walmir Montoya tocando la batería. No había ninguna de Juana y de Clemente hasta que, en noviembre de 2018, decidió imprimir una.

 

-Es de un día que salimos a comer. Son muy tímidos, pero hice “clic” y justo se abrazaron.

 

-No soy el pibe de campo inocente que era hace cinco años atrás. Pero tengo que recuperar algo de mi esencia. Una vez estaba reunido con la familia Carlotto por las fiestas de fin de año y estaba muy cómodo, pasándola bárbaro. Y en un momento me dije “¿Qué carajo hago acá?”. Hay una enorme distancia en cómo me crié, en cómo pienso mi vida respecto de ellos. Y no es que haya un problema, ni nada por el estilo. ¿Se entiende?

 

Abre las cortinas de los ventanales de su estudio. Está anocheciendo. Desde allí se ve el cerro Luciano Fortabat. Dice que esa vista no la piensa cambiar por nada en el mundo.

 

-Todo esto fue como si yo hubiera venido por la ruta, hubiera chocado contra un camión y sobreviví. Y la gente, en vez de preguntarme cómo me siento, me sigue mirando y se pone contenta. Pero por ellos, no por mí. ¿Y qué les voy a decir?

 

 

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