13-10-2019
Es lo que piensa Estela de Carlotto sobre el matrimonio que crió a su nieto Ignacio, el 114 recuperado. "Me dolió mucho que no se pusiera Guido, pero lo respeté" se sinceró en una entrevista.
Ignacio Montoya de Carlotto habló días atrás ante un medio mexicano -la Revista Gatopardo- en un largo reportaje, y contó la compleja realidad emocional en la que vive, sin nunca haber renunciado a la tranquilidad de su vida pueblerina y a su apasionada dedicación de pianista.
Pero en el perfil no sólo está su voz: también están los de su entorno más cercano y los de sus familiares. Y, entre ellas, aparecen Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y Claudia Carlotto, directora nacional de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI).
Ellas hablando del bebé que buscaron incansablemente durante décadas, desde el atroz momento en que los militares se lo apropiaron y asesinaron a su mamá, Laura Carlotto; hablando, también como nunca lo habían hecho antes, de lo que sintieron una vez que lo encontraron, en un retrato íntimo y visceral.
Aquí, reproducimos algunas de esas partes:
Huele a crema y a perfume, tiene un collar blanco, pulseras, anillos, aros, un maquillaje sobrio. Habla de su nieto Ignacio. No hace mucho lo fue a ver a un concierto que dio en Café Vinilo, en Buenos Aires.
—En un momento agarró el micrófono y me saludó especialmente. Me vibró el cuerpo.
—¿Cómo se llevan?
—Bien, puedo decir que nos conocemos más o menos —hace un ademán con la mano—. Me encontré con un hombre ya formado. Al principio lo vi entusiasmado, los primeros tiempos fueron de unidad. Viajamos por el mundo, conoció lugares que le abrieron las puertas a su música. Creo que se desconcertó porque vio que éramos muchos. Los Carlotto somos bochincheros y pesados, tengo otros 13 nietos, imaginate.
—Él hizo un impasse. Sé lo difícil que es descubrir el engaño, saber que tus padres no son los que decían que eran —la voz suena severa—. Pero mi verdad es otra. A mi nieto se lo robaron, no fue que otros lo habían abandonado y éstos lo adoptaron después. Él dice que los perdonó, yo no soy quién para perdonar ni para juzgar, en toda caso sería Laura. Y Laura no está. Ella lo había esperado con mucho amor. Laura es una mártir, había perdido dos bebés antes y en cambio a él lo tuvo sano y en condiciones inhumanas. Esa herida no cicatriza.
—Su hija, Lola, tiene una conexión especial conmigo —dice, cambiando bruscamente de tema—. Me ve y se pone contenta. En el último cumpleaños de Pacho (así llama a Ignacio) con mi hija Claudia le compramos una bandeja carísima, de las que pasan música vieja. Y le llevé cositas que eran de Laura. Le trato de meter familia con regalos —dice y ríe.
Laura Carlotto trabajaba en la fábrica de su padre y en sus ratos libres pintaba objetos. Como unos platos que su madre guardó por décadas hasta que en el último tiempo se los llevó a su nieto a Olavarría. El último obsequio fue para su bisnieta Lola: un anillo con perla que le regaló a Laura cuando había cumplido 15 años.
—Me dolió mucho que no se haya puesto Guido como nombre, en su documento. Pero lo respeté, me llamó para comunicármelo.
—¿Y qué le dijo?
—Me explicó que Guido estaba borrando a Ignacio y le respondí que su mamá quiso llamarlo Guido, como su abuelo. Contestó que yo podía llamarlo Guido cuando quisiera. Pero a partir de ahí no puedo decirle Guido. Como tampoco le puedo decir Ignacio, porque no sé de dónde salió ese nombre. Entonces le digo Pacho. Me enteré que así le habían puesto en el secundario sus amigos porque era pachorra y me dio ternura. Como es ahora, una personalidad lenta.
—Él está en otra etapa, más distante, pero no sin cariño —continúa, como si sólo hablara consigo misma—. No es demostrativo, no te abraza, no te besuquea. Nunca me dijo: “Te quiero, abuela”. Trato que él sea feliz, no ser un impedimento de nada. Para mí, ellos no son sus padres adoptivos, son apropiadores. Para él son sus padres, que lo criaron bien y con amor. Entonces trato de que no sufra por cómo pienso. Me invita a su cumpleaños y voy sabiendo que ellos están en el mismo salón, pero no voy a tener ninguna conversación con esa gente porque hay algo que me trasciende y es el dolor. Es mi hija la que está ahí.
—¿Cómo ve la causa judicial por la apropiación de su nieto?
—La justicia está actuando y no podemos detenerla. Fue caratulada como delitos de lesa humanidad y eso complica la situación. Entiendo que los que hicieron de padres adoptivos fueron víctimas de un patrón autoritario. Pero son responsables del robo de un bebé. Y deben pagar por ese delito. La ignorancia más el temor a perder el trabajo pienso que fueron determinantes para que se mantuviera el secreto. Ahora… me cuesta entenderlo.
—¿Por qué?
—Porque la gente de campo tiene códigos. Si viene un ternero con la marca de nacimiento de una hacienda vecina, ¿qué hace un peón? ¿Se lo carnea y se lo come? ¿O busca devolverlo a los dueños? Me cuesta pensar que no hayan buscado a los verdaderos padres. ¿De dónde venía ese bebé? Ésa es una pregunta naturalmente humana, es difícil pensar que no se la hayan hecho.
Se detiene como si buscara las palabras justas.
—Hay otros nietos que me dicen “Estela, tuviste suerte. Yo para querer a mi abuela tardé seis o siete años. Y la odiaba”. Mi nieto no. Vino, se integró y ahora está haciendo un proceso. A mí me da pena que esté sufriendo en algo que no tiene por qué. Y… tiene su personalidad, vamos. Los músicos piensan mucho en ellos. Les juega el ego.
—¿Y su nieto participa de las actividades de las Abuelas de Plaza de Mayo?
—No, él ha tomado distancia de los organismos. Por supuesto me gustaría que estuviera más acá. Pero él está en su música, y si lo quiere así, lo respeto. Hace poco me llamó por teléfono. Decidió que esas personas —por Juana y Clemente— sean también los abuelos de Lola. Mi temor es que haya gente que le esté dando malos consejos. Por ejemplo, vos podés tener un psicólogo que en vez de hacerte bien, te haga mal.
Antes de cortar el teléfono, en esa charla, Estela le dijo: “¡Vos tenés la sangre de Laura! ¡Laura te tuvo nueves meses en la panza. Ella es la abuela!”.
Una secretaria llama a la puerta con un par de golpes rápidos. Le avisa que el remisse para llevarla de regreso a La Plata, donde vive, está esperando en la puerta.
—Por favor, resaltá que lo amo mucho. Lo único que quiero es que esté bien y pueda ser feliz.
Fuente Infobae